23 septiembre 2007

De qué hablamos cuando hablamos de amor (1981). Raymond Carver

A pesar de la sospecha de que Gordon Lish, su editor, metió más mano de la necesaria a los relatos de De qué hablamos cuando hablamos de amor, no cabe duda de que nos hallamos ante una obra maestra de uno de los mejores escritores de narraciones cortas de la historia. Brutal es la palabra que mejor define la atmósfera que Carver insufla a estos relatos despiadados. No hay seres humanos, sentimientos. Sólo hay maldad, dolor, vacío, superficialidad. Pero, en algunos instantes, parece que el autor se arrepiente de su propia dureza. Es una sensación fugaz. Los relatos de este volumen los escribió alguien sin demasiada fe en la raza humana. Hay narraciones terribles, como la de la pareja que lucha por su bebé, con ese final desgarrado que escribe Carver con tanta simpleza que estalla en los ojos del lector. O el que da título a la obra, tremendo. Hay hombres normales que asesinan a adolescentes porque sí. Parejas que se destrozan. Y todo con una narración tan escueta, tan somera, que el propio lector se sorprende a veces de hasta dónde le lleva su imaginación. Carver era un maestro en el llamado realismo sucio. Luego le imitarían hasta la saciedad, pero nadie lo hará como él, tan descarnado.

Biografía del autor (Wikipedia):
Carver nació en Clatskanie, Oregon y creció en Yakima, Washington. Su padre trabajaba en un aserradero y era alcohólico. Su madre trabajaba como camarera y vendedora. Tuvo un único hermano llamado James Franklyn Carver que nació en 1939. Durante algún tiempo, Carver estudió bajo la tutela del escritor John Gardner, en el Chico State College, en Chico, California. Publicó un sinnúmero de relatos en revistas y periódicos, incluyendo el New Yorker y Esquire, que en su mayoría narran la vida de obreros y gente de las clases desfavorecidas de la sociedad norteamericana. Sus historias han sido incluidas en algunas de las más prestigiosas compilaciones estadounidenses: Best American Short Stories y el Premio O. Henry de relatos cortos. Carver estuvo casado dos veces. Su segunda esposa fue la poetisa Tess Galagher. Alcohólico, cuyos efectos se manifiestan en algunos de sus personajes, Carver permaneció sobrio los últimos diez años de su vida. Era un gran amigo de Tobias Wolff y de Richard Ford, escritores también del realismo sucio. En 1988, fue investido por la Academia Americana de Artes y Letras. Los críticos asocian los escritos de Carver al minimalismo y le consideran el padre de la citada corriente del realismo sucio. En la época de su muerte Carver era considerado un escritor de moda, un icono que América "no podría darse el lujo de perder", según Richar Gottlieb, entonces editor de New Yorker. Sin duda era su mejor cuentista, quizá el mejor del siglo junto a Chéjov, en palabras del escritor chileno Roberto Bolaño. Al hilo de esta idea cabe destacar un soberbio cuento dedicado a los últimos días del referido escritor ruso de nombre "Tres rosas amarillas" (en español puede encontrarse en el volumen de cuentos, con idéntica rúbrica, publicado por Editorial Anagrama. Su editor en Esquire, Gordon Lish, desempeñó un papel decisivo en concebir el estilo de la prosa de Carver. Por ejemplo, donde Gardner recomendaba a Carver usar 15 palabras en lugar de 25, Lish le instaba a usar 5 en lugar de 15. Durante este tiempo, Carver también envió su poesía a James Dickey, entonces editor de poesía de Esquire. Carver murió en Port Angeles, Washington, de cáncer de pulmón, a los 50 años de edad.

3 opiniones:

nunile

Uno de mis autores favoritos. Me gustó mucho cuando lo leí, aunque fue hace ya tiempo y no lo recuerdo bien del todo. Una escritura precisa y descriptiva y unas historias muy interesantes. Creo que tendré que releerlo.

Anónimo

a mí de carver me fascina que apenas da detalles, o sea, nos obliga a que seamos nosotros los que llenemos los huecos, a veces te asusta lo que se te ocurrre, buf... es buenísimo. yo es que soy una auténtica fan de las narraciones cortas!

Elena Casero

Raymond Carver siempre vale la pena leerlo y releerlo. Es uno de mis favoritos. Y este libro no se queda atrás.